Llega la noche del fin de semana, una extensa noche de dos días en los que por condicionamiento siento ansias de salir a lugares como un bar.
La misma música de siempre, las mismas personas, la misma cerveza, pero más cara y las mismas ganas de que pase el tiempo rápido para poder marcharme con la única satisfacción -Si acaso- de haber cumplido con no sé qué capricho. El deprimente taxi también caro, con aquellas canciones que juegan con las luces de la ciudad y me terminan de completar esta soledad infinita.
El problema no son los bares, el problema soy yo y mis mil razones para no ir; como por ejemplo que tú no estás y que el alcohol me lo recalca a cada trago y que bailar sola me sale gratis en mi habitación y allí me cobran por ver una multitud de cuerpos sin Alma fundirse en un denso humo. Ellos son humo junto a sus cigarrillos que me dan tos y el olor me molesta, el calor me fatiga, las risas fingidas me aturden, las miradas intensas me persiguen y las horas pasan lentas.
Llego a casa una vez más atropellada por la realidad que en los bares por mucha película que se haga y mucho libro que se escriba mencionándolos, no hay poesía.
1 comentario:
Saludos, que mente tan brillante.
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