jueves, 6 de diciembre de 2012

Consumiendo alas.

Cansada de cursiladas y despechos. Armada con cigarrillos y un yesquero, me adentro en la noche perpetua. Recostada sobre la sombra de todas mis ansias me observo, ausente de las estrellas en mi piel y desdibujando el ultimo rastro de tus uñas. Drogada simplemente drogada, tras beber de aquél elipse infinito, mi mente actúa y piensa diferente, la embriagante magia de aquella planta se ha convertido en mi dosis diaria de alegría. Me desprendo y prendo las luces que se habían apagado en mi interior. Actuó simulando desdén de manera contradictoria a lo que siento. 

Pero allí no acaba.


La jeringuilla transmuta a ser la pluma y el cuerpo pasa a ser el cuaderno, espacio en el que se reafirma el yo donde registro una subjetividad igual de inestable ¿Cómo es posible que el mundo cambie de un segundo al otro, prácticamente en un abrir y cerrar de ojos? Toda la vida, ¡plaf! Y ya. Pierdo mi conciencia con gusto. Porque a conciencia no hay nada bueno que pensar, que razonar, nada que me lleve por ahora a donde quiero ir. Solo esto. Solo conmigo y mis alas que no son más que dosis diarias. 


A veces viene como el humo, a veces como el polvo, otra veces en jeringa, pero siempre viene. La luz a mis venas.



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